lunes, 31 de agosto de 2009

LA MUERTE.


De donde la gente de la Tierra ha venido,
es a donde ellos retornarán.
¿Para qué lágrimas?
¿Para qué luto, pena?
Quien nos manda a venir,
es quien nos llama a retornar […]



Cuando trabajaba en este ensayo sobre la Muerte, alguien me preguntó qué significaba la muerte para mí. Recuerdo haber contestado que «la muerte es un acto donde la vida se transforma». ¿Y en qué se transforma? «En vida» —le respondí. Él no me entendió claramente y así me lo hizo saber, fue entonces cuando le dije:
—Imagínate que andas en busca de una esposa perfecta, de hijos perfectos, de una familia perfecta y de amigos perfectos, y en ese preciso instante en que casi lo logras, despiertas del profundo sueño en el que estabas inmerso y te encuentras caminando por un oscuro túnel y al aproximarte al final descubres un inmenso reloj que marca las siete horas y cincuenta y nueve minutos. Te detienes ante él, observas cómo la aguja se desplaza de segundo en segundo y escuchas los sesenta «tac», hasta que un sonido ensordecedor te hace despertar sobresaltado al mundo en el que vives hoy.

ADRIAN DE SOUZA

Todas las actividades humanas han estado enmarcadas por los límites ineludibles de la muerte. La muerte es parte de la vida, es un fenómeno mediante el cual la vida se transforma; así que no es posible ver la muerte como algo independiente de la vida, porque es un todo inseparable del cual son partes todos los seres vivos; sin embargo, el hombre es el único que sabe que morirá y no obstante, hay infinidad de interpretaciones referentes a la muerte.
Hubo un período en que generalmente las personas vivían poco tiempo. Así, trataban de tener todos sus asuntos en regla para cuando llegara su hora de partir; y toda la comunidad se involucraba en las consecuencias que esa pérdida dejaba en la familia. Finalmente, la tierra tomaba el cuerpo, porque a ella le pertenecía.
Después, todo se fue transformando. Las leyes de los hombres cambiaron los principios en que fueron creados, y aquello que era natural fue tornándose escabroso. El creador fue llamado por diferentes nombres y se le adjudicaron castigos tan perversos que todos comenzaron a temer la muerte, a la que ya no veían como parte esencial del ciclo de la vida, sino como el juez que castigaría sus culpas. Las personas se apegaron a la vida; se convirtieron en seres afligidos por la pérdida y se separaron de la muerte.
Por último en la sociedad moderna, el hombre con sus conocimientos se creyó con autonomía y dejó de vivir para la muerte; sin embargo ella sigue ahí.


En la Creación, que es un acto de Amor, todo está diseñado para que funcione, incluso la muerte; porque cada ser tiene asignado un papel que debe desempeñar, pero el hombre desarrolló un concepto de individualidad ajeno a la verdad trascendente y desequilibró la naturaleza fluida del ciclo de nacer y morir.
Las sociedades modernas no preparan al hombre para a morir. Los esfuerzos realizados por una medicina materialista que aferra a los moribundos a la vida tras el efecto de tratamientos y medicamentos, se contradicen con el proceso primario de la muerte. En cambio, el hombre yorubá enfrenta la muerte de acuerdo a su ética con un estado de calma total, lucidez mental y valentía, manifestando una sabiduría que trasciende al acto en sí, porque ellos piensan que la vida no valió la pena si no se sabe morir: «El que no aprende a morir, muere contra su deseo». A través de su vida buscan un estado espiritual llamado Ifáyelele,[1] que les permite «aprender a morir», porque desarrollan todas las potencialidades de un buen carácter, y para los que no lo logran existe otro proverbio que enfatiza: «Fue su carácter[2] (mal carácter) quien no lo dejó tranquilo, ahora que le ha tocado resbalarse se aferra caprichosamente al madero». La actitud ante la muerte es el verdadero problema al cual el hombre se debe enfrentar después de haber llegado a la mitad de su vida.
Toda vida marcha inevitablemente hacia la muerte, pero sólo cuando el hombre es capaz de creer que después de la muerte hay vida, hallará un punto razonable a su existencia. Ese punto razonable es lo que los yorubás denominan el estado de ehin iwá (detrás de la vida o después de la vida), el cual esta regido por un fuerte concepto ético que no es otra cosa que el carácter de ancestro alrededor del cual gira todo un culto, denominado el culto de Égungun, la divinidad que representa el culto de los antepasados.
En el odu Ogbe Irete, Ifá puntualiza:
Aunque la vida de un malvado sea placentera
su muerte y su vida después de ella no serán gratas...Estar vivo después de la muerte no constituye ningún acto de fe, como hacen creer algunos especialistas occidentales, que se han referido al tema de la muerte. De acuerdo a los mitos de la cultura yorubá, estar vivo después de la muerte, es un asunto del alma (emi en yorubá),[3] porque ella está preparada para el acto

[1] Este término alude a la calma interior que produce el reconocimiento de los miedos internos; una vez vencido este paso, al indagar a través de la prescripción del oráculo el odu que rige su destino (odu patrón, iteledú en yorubá), el hombre está en condiciones de enfrentar la vida con el valor que da la sabiduría; porque es consciente del proceso de crecimiento de su conciencia y aumenta su discernimiento entre el bien y el mal. (Los nombres de las divinidades y algunos otros términos yorubás aparecerán siempre escritos en español para facilitar su lectura y comprensión).
[2] El término que en lengua yorubá se denomina carácter es iwá, para ellos es lo que da a la vida satisfacción y complace a Oloddumare (Dios Supremo); para ser persona (buena persona, verdaderamente un ser humano) hay que tener un buen iwá. Desde la óptica lingüística, cuando la i se emplea como prefijo de un verbo significa acción, mientras wa significa ser o existir; o sea, puede decirse que iwá es carácter, en tanto el carácter es el propio ser y lo determina.
[3] Literalmente, emi significa: yo. Es común en la cultura yorubá, la asociación del alma con el corazón, las emociones y los sentimientos. Aunque en el dialecto yorubá, la palabra okán se emplea fundamentalmente para corazón, también se entiende como alma, espíritu, conciencia. Esta interrelación se aprecia en una explicación que da Wande Abimbola en una entrevista concedida a Ivor Miller: «el corazón, conocido como Emi, es una hija del Supremo Creador y sólo cuando Él ordena salir a su hija de un cuerpo viviente, se considera que la persona ha muerto. Por definición, la persona está muerta cuando Emi se va o escapa de un cuerpo.



de morir, ya que desde el inicio de la vida sabe que su razón de ser es morir para renacer, por eso permanece sana e intacta hasta «que se resbala»;[1] es decir, se transforma, porque realmente nunca muere.
Desde edades tempranas, los yorubás se familiarizan con la muerte, incluso con sus propias muertes, a través de los rituales de paso, los cuales comienzan cuando el niño nace y se celebra la ceremonia tradicional de nombramiento[2] a los nueve días de su arribo al mundo. La manera habitual de ponerle nombre a un recién nacido yorubá es por prescripción del oráculo. En ocasiones Ifá prescribe el nombre propiamente; en otras, el nombre se deduce a partir de las circunstancias de la historia afín del odu por características que rodearon el nacimiento. En cualquier forma, el nombre tiene un propósito y por eso se educa al niño en la conciencia de lo que significa él para la sociedad.
Para esta ceremonia, se invita a sacerdotes de Ifá especializados en estos menesteres quienes realizan adivinación a la criatura que acaba de nacer; ahí se le dice a los padres cuál es el camino que esta debe seguir en la vida, y qué sacrificios se necesitan para eliminar las perspectivas de peligro que la amenazarán y encuentre el equilibrio necesario para llevar una vida plena. También se determina por el odu que prescribe el oráculo, si el niño viene por poco tiempo a la Tierra; o sea, si es un imere,[3] y qué hacer para evitarlo.


[1] Se refiere a que el alma ha abandonado el cuerpo físico.
[2] Ceremonia tradicional practicada entre los yorubás cuando nace un niño/niña. Sacerdotes de Ifá especializados en estos menesteres realizan una adivinación para los padres de la criatura, de la cual resulta el camino que deberá seguir en la vida, y qué sacrificios se necesitan para eliminar las perspectivas de peligro que la amenazarán y encuentre el equilibrio necesario para llevar una vida plena.
[3] Imere: «Nacidos para morir». Estas son personas que deciden viajar a la Tierra sólo por un corto tiempo, ya sean unas pocas horas, días, semanas, meses o años.


La ética yorubá deja claro que cuando un hombre muere lo que queda de él es el carácter; por eso cuando un yorubá muere físicamente, dicen que ha quedado su imagen en los demás y esto los hace siempre eternos e irremplazables.

El respeto hacia los mayores y la humildad hacia estos es una fuerte protección ante la muerte prematura.[1] Este respeto no sólo se basa en la adecuada y consecuente relación hacia las personas mayores, sino también hacia aquellos que están en posiciones de autoridad, por eso Ifá dice en el odu Okonrón Irete:
La gentil brisa es la que hace que las hojas se curven.
El viento de la sabana es el que hace que el pasto se curve.
Al final de una lluvia,
si un niño respeta a su padre,
si un niño respeta a su madre,
todo lo que planee hacer rendirá frutos.
Su destino estará lleno de logros.
Si una esposa respeta a su esposo,
ella tendrá beneficios en su empresa.[2]
También resulta muy aleccionador el siguiente poema del odu de Ifá Babá Eká Meyi:
Si un niño es irrespetuoso.
Si él conoce a un sacerdote de Ifá veterano,
deja que abofetee la cara del sacerdote de Ifá.
Si él conoce a un yerbero mayor,
deja que venza al yerbero sin misericordia.
Si conoce al jefe Abore [3]
donde este inclina la cabeza suplicándole a Oloddumare,
deja que empuje hacia abajo al Abore.
Estas fueron las declaraciones de Ifá a un niño obstinado
cuando dijeron que nadie lo podía soportar.
Se les aconsejó ofrecer un sacrificio.
Llamaron mentirosos a los sacerdotes.
Calificaron de ladrón a Echu.[4]
Simplemente ignoraron el consejo del sacrificio.
¡No saben lo que es eso!
[1] Para los yorubás, el día de la muerte queda pactado en el Cielo —junto con el destino— antes de que la persona venga hacia la Tierra; por lo tanto, desvían las probabilidades de muerte prematura a través del oráculo de Ifá para alcanzar con éxito la fecha prevista. Aunque nadie recuerda ese pacto, los yorubás están conscientes de que «nadie se desea un mal destino» y así asumen que han pedido larga vida.
[2] Citado por Fasina Falade: ob. cit.
[3] Jefe sacerdote de una arboleda.
[4] Echu es la divinidad que funge como equilibrio dinámico de la existencia; actúa sobre los parámetros del caos cuando ofrece diferentes opciones en el destino de cada hombre, poniendo o quitando obstáculos de su camino, en función de que este sacrifique para que pague su deuda con la humanidad y reconozca la posibilidad de transformación. Ver Capítulo I, donde se desarrollará ampliamente este tema.


Los ancianos de la comunidad preservan los rituales y las tradiciones y son un ejemplo de cómo actuar en cada etapa de la vida, la eticidad de esta cultura es muy precisa al respecto, porque es común escuchar en esta cultura que: «Quien no actúa según su edad, atenta contra todo lo que pudiera llegar a ser». Para los yorubás esta es una falta primordial, ya que el carácter se revela a través de las acciones y la vejez significa alcanzar la condición de imagen; una imagen capaz de perdurar aun después que el hombre ha desaparecido físicamente.
Desgraciadamente las sociedades modernas no tradicionales tienden a admirar a los hombres viejos que muestran un aspecto juvenil y se comportan como jóvenes. ¿Quién no conoce a esos ancianos que en los pocos años de vida que les quedan están evocando sistemáticamente sus días de niñez o adolescencia, como si lo único que pudiera encender la llama de sus fueros interiores fuera la remembranza de un pasado que puede ser incluso fantasioso? Toda esta evocación es la gran angustia que estos hombres maduros sienten ante el futuro y sobre todo ante la muerte, porque no han sido educados para vivir la última etapa de sus vidas.
En la sociedad tradicional yorubá la educación y la preparación para esta etapa tan importante la ofrece la ética de la religión, quien conduce por encima de la autoafirmación a un ámbito en el que el hombre verdaderamente llega a ser hombre; a encontrarse consigo mismo a pesar de todos los obstáculos, porque se logra la unidad del ser con la naturaleza. Este gran tesoro de la vida que se manifiesta en el inconsciente como una renovación continua, es conocido solamente a través de los símbolos y mitos.
Por eso en el concepto yorubá, para llegar a ser mayor, un viejo, un iniciador, es preciso haberse encontrado a sí mismo primero y aceptarse, como única vía para encontrar la reconciliación consigo mismo y con las circunstancias y los acontecimientos contradictorios que rodean la vida; en fin, requiere de un profundo aprendizaje de la vida y de la muerte, de los vivos y de los difuntos, de la historia pasada, de lo que se ha vuelto invisible y queda en imágenes viviendo en sus vidas. La muerte y los muertos, regresan a los vivos no para llevarlos a la tumba, sino a los antepasados; constituyen guías que se convierten en maestros. Cuando se anda perdido, entonces ellos despiertan brindando su conocimiento y una sabiduría profunda.




CONTINUA...............